Estuvo preso en dos oportunidades, ambas en el Penal de Chimbas. Fue testigo sin saberlo del asesinato de su hermano. Las marcas de la Dictadura aún perduran en sus recuerdos.
Víctor «Gorrión» Carvajal, ingeniero y militante, es uno de los presos de la Dictadura que más visibilización logró debido a su pedido de Justicia para demostrar que su hermano, Ángel José Carvajal, fue asesinado por el régimen en el interior del Servicio Penitenciario, en Chimbas. Pero él también vivió en carne propia las atrocidades de los militares.
Penal. El lugar elegido no fue al azar. De fondo, se encuentran los pabellones cinco y seis. No se pueden recorrer sin un permiso especial, al menos que hayas cometido un delito. Víctor recordó que durante el proceso militar esos sectores del Penal estaban destinados a los presos políticos y perseguidos. Esas celdas se volvieron su “hogar” en dos oportunidades, cuando por su ideología y militancia se volvió una amenaza para los militares.
“Cuando me detienen fue muy duro. Me detienen en mi casa materna cuando había llegado de la luna de miel con mi primera esposa. Nos detienen a los dos, nos dejaron sentados en una silla toda una noche en la Central de Policía y después nos trajeron al Penal. Nos tuvieron una semana a oscuras, tirados en el piso. Te daban agua y algo de comida y después nos trasladaron al pabellón”, recordó.
En el interior de los pabellones, el terror se respiraba en el aire. La vulneración psicológica, los gritos, la tortura, el miedo de no volver a ver a los seres que se aman era una constante diaria. El Gorrión detalló que era común ver a sus compañeros quebrados, al borde de las lágrimas, y no por sean cobardes sino porque lo que se vivía era indescriptible.
“Para divertirse te sacaban de la celda amordazado, encapuchado, atado con las manos atrás. Te llevaban por las escaleras y no sabías adónde. Te decían que te iban a tirar por las escaleras, que te despidas de tu familia. Después te llevaban adentro, te empezaban a pegar mientras estabas parado y no sabías de dónde venían los golpes. Después te desnudaban y te ponían en un catre, te echaban agua y te ponían la picana”, contó.
En el medio de los golpes y la violencia física, siempre aparecía el nombre de alguna esposa, de alguna madre, de los hijos o de algún ser querido. Ahí era donde más fuerte golpeaban, en la emoción y en la idea de destruir sus vidas al punto de no poder volver a reencontrarse con sus seres amados.
Al cabo de un tiempo, Víctor logró recuperar la libertad, pero en menos de un año regresó a las entrañas del horror. Lo engancharon cuando buscaba a su hermano, que había sido detenido con otros miembros del Partido Comunista. “Fui a la Policía y me dijeron que no estaba. Fui a Gendarmería, me dijeron que no estaba. Fui al Ejército, me dijeron que no estaba y me vine al Penal. En la puerta del Penal, pedimos hablar con quién era el Jefe del Penal. Mientras esperábamos, dos compañeros detenidos nos dijeron que mi hermano estaba acá. Cuando nos estamos yendo viene un grupo de la Guardia de Infantería, y me dicen: ´estás detenido´ y me meten de nuevo al Penal”, relató.
Esa segunda vez fue más dolorosa. No por los golpes o el acoso constante, sino porque fue en esa segunda estadía cuando vio por última vez a su hermano. No hubo contacto, ni siquiera cruzaron una palabra. Víctor alcanzó a verlo por la mirilla de la celda un día, sin imaginar que sería la última vez que vería a Alberto. “El drama de mi hermano es que descubren su responsabilidad en el partido, mi hermano era el jefe de organización. Tenía la lista de todos los afiliados”, contó.


Y continuó: “Mi hermano tenía la marca del ahorcamiento. Apagaron las luces del Penal, lo llevaron entre dos alzados a una celda en la que no se puede colgar nadie. Decían que se colgó con un pullover, se probó con pericias y demás. Me enteré al otro día. Cuando entró, no nos dimos cuenta como lo habían traído, me desperté con el golpe de la reja. Cuando traían un preso nos poníamos contentos porque estaba vivo, pensé que estaba vivo mi hermano. A la mañana siguiente, viene un guardiacárcel y me dice ´tu hermano se ha suicidado´”. Desde el minuto cero no creyó ni una sola palabra. Estaba seguro que su hermano no se había quitado la vida. Lo habían matado.
El Gorrión estuvo preso un mes más hasta que recuperó la libertad, pero su vida había dejado de ser la que era. Había perdido a su hermano en manos de la dictadura y sentía que quienes lo rodeaban estaban en peligro, solo por estar cerca de él. A eso se sumaron los miedos, el pánico de volver a caer y no contarla.
Tardó tres años entre tratamientos psiquiátricos y fármacos para poder sentarse en una confitería a tomar un café, ni pensar hacerlo de espaldas a la puerta. Se sentía vulnerable, con el terror recorriéndole el cuerpo. Ni siquiera un mate podía tomar, por el temblor que le había quedado atado al cuerpo. “Me costó superarlo, pero lo que fue importante fue la cabeza”, aseguró.
Sus días luego de 1983 se enfocaron en lograr que su hermano descanse en paz. Encontrar a los responsables del crimen y hacer que paguen la vida que se habían cobrado. Hoy, peinando canas, se volvió un referente de la lucha de las familias de víctimas de la dictadura en San Juan. Con su típica boina y la potencia de no guardarse nada en la garganta, Víctor Carbajal es sinónimo de lucha por los derechos humanos. /tiempodesanjuan.com