Fabián, músico autodidacta y panadero de oficio, contó cómo es vivir de la calle para sostener a su familia, entre el arte, la pasión y los prejuicios de la gente.
Estaba cansado de los aires espesos de Buenos Aires. Y un día hizo el bolso y le comunicó a su madre: “Vieja me voy”. Y fue así que recaló y pisó suelo patagónico, en donde Fabián, de 39 años, se encuentra radicado tras conformar su familia. Está en pareja con Mey, una roquense con la cual camina codo a codo hace más de una década junto a su hija del corazón (Maite) y Aukan (significa guerrero en la lengua mapuche), fruto de ese amor.
Nacido y criado en Florencia Varela, previo a su desembarco al sur, en su juventud era parte de una murga de Lanús: Espíritu Cascabelero, en donde comenzó a relacionarse con la música. El primer contacto con un instrumento llegaría mediante un amigo. “Me prestó un trombón de plástico que sonaba muy lindo a pesar de que no estaba hecho de cobre. Lo probé y me encantó. Me junté unos mangos y me pude comprar uno”, contó
“Cuando lo compré, me salió mil quinientos pesos. Fue en el año 2013 y tenía 27 años. A partir de ese momento comencé a meterme en el mundo de lo que es el trombón y a compartir con otros muchachos que tenían el instrumento y aprender a tocar. Mi método de aprendizaje fue autodidacta y a través de las juntadas fui tocando. Entendía que había diferentes estilos musicales para hacer”, agregó.
Ese instrumento de viento, llamativo para algunos, de sonido potente, con los años sería una pieza movilizadora y si se quiere “salvadora” para la familia que la pelea todos los días como otras tantas.
Su recorrido y la música como sostén
Corría el 2015 cuando Fabián y Mey deciden irse a Esquel, en donde estarían por seis años. Luego se vendrían al Alto Valle, más precisamente a General Roca. “También vivimos en Trevelin. Ahí me dediqué a la pastelería y en Esquel nació mi primer hijo, Aukan”.
El músico conoció a su pareja en La Barriada sin fin, un grupo de murga roquense que integraba Mey (percusionista). «La conocí en un encuentro de murga que se hizo en Caleta Olivia. Después me invitaron a Roca a dar unos talleres y ahora hace como más de 10 años no volví nunca más a Buenos Aires. Construir una vida de cero demanda un montón de tiempo y llegamos a irnos a vivir a la cordillera después de algunos reencuentros -algunos años atrás- hasta que me quedé».
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“Cuando llegamos al Valle con mi familia me quedé sin trabajo. Tengo el oficio de panadero y pastelero, que es algo que también lo aprendí trabajando. Trabajé durante seis meses en una panadería hasta que tuve un accidente yendo al lugar de trabajo y comenzaron las complicaciones porque casi me atropellan cuando iba en la bicicleta. Caí y me lastimé feo el brazo, no lo podía mover”, recordó.
Si bien el encargado lo auxilió y lo trasladó a la guardia del hospital, cuando Fabián presentó el certificado médico en el trabajo, el panorama fue otro: “El dueño del local quería que vaya a trabajar igual y ahí se complicó todo hasta que me quedé sin laburo. Además, Aukan era chiquito, tenía ocho meses. En ese momento estábamos los dos sin trabajo. Mey cuida personas mayores y también en ese tiempo laburaba en administración”.
Esa situación que lo apremiaba lo impulsó a buscarle la vuelta al tema y sería otra vez un amigo el que lo impulsaría: “Un músico neuquino, Leandro Castillo, me dijo ‘Amigo, vamos a trabajar al semáforo, vamos a hacer música al semáforo, ¿tenés tu instrumento todavía?’ Me incentivó y así empezó la aventura de musiquear por diferentes lados. Arrancamos en General Roca, él salía tocando con un bombo y platillo y yo iba con el trombón. Estuvimos juntos hasta que él decide irse para otros pagos y seguí, seguí, para adelante”.
“Hoy con el trombón mantengo a mi familia hace tres años. Fui mi primera experiencia en salir a la calle, pero por mi cabeza pasaban muchas cosas. Fue ir a probar a ver si sale. Porque otra no tenía. Y así fue que comenzó a conocerme la gente”, detalló
La colaboración y la mezquindad de la gente
Fabián es el mayor de cinco hermanos y dice que estar en la calle te lleva a lidiar con un montón de cuestiones como la marginalidad. “Te ven parado en una esquina y piensan que sos un vago, delincuente o drogadicto. Y a veces no ven el otro lado que es que uno llega a eso para mantener a la familia. Por suerte, la gente que me tocó me tiraba buena onda y colaboraba, pero he tenido situaciones feas”, aseguró
Ante las sensaciones de pararse por primera vez ante su ‘público’, recordó que sintió mucho “miedo”. “Tenía esa expectativa de qué realmente iba a pasar, pero fue positivo. La mayoría de la gente me responde bien. La primera parada que hicimos con mi amigo fue en San Juan y Ruta 22, en General Roca. Tenía experiencia estando delante de la gente con la murga, en donde tocaba la guitarra, cantaba, tocaba el trombón y hasta los platillos, pero una cosa es salir con un grupo y otra es estar solo mirando fijo a la persona tratando que le agrade lo que haces”, relató.
“Candombe para José”, del compositor salteño Roberto Ternán, “El Solitario», del grupo Green y “Pregonero”, de banda Conmoción, fueron los tres primeros temas que sirvieron para musicalizar los semáforos.
“En la primera pasada (recolección), me dieron 100 pesos y estaba recontento. Era guita, loco. Ese día hicimos unos 5 mil pesos cada uno en tiempos en que en un trabajo te pagaban $3000 el día. Todo el dinero fue destinado a la familia, a la alacena y panza», contó.
El trombonista reveló que actualmente tocar en las paradas de los semáforos se ha convertido en el sostén de la familia. “Me gustaría tener un trabajo fijo, pero acá se sale todos los días. En el camino fueron pasando un montón de cosas y me fui encontrando con otros músicos callejeros. Una de las experiencias fue encontrarme con músicos que están en bandas sindicales, por ejemplo, la del sindicato petrolero o de la UOCRA, en donde estoy participando activamente haciendo música. Muchos laburan en el rubro del petróleo y construcción, además son parte de la banda», comentó.
Dos años en Neuquén y algunos disgustos
En Neuquén, a Fabián se lo puede encontrar en las esquinas de Avenida Olascoaga y Perticone, Leguizamón y Planas, Tierra del Fuego y Ruta 22 y Sarmiento y Leguizamón.
“Una vez pararon unos chicos a charlar y preguntarme cosas en una de las paradas que hago. Y les contaba que siempre hay una historia que uno va cargando cuando sale a hacer música a la calle. Y en eso pasa un hombre manejando una camioneta Express y me grita: ‘Por qué no probas agarrando una pala’. Una vez en Roca me pusieron migas de pan cuando pasaba hacer la ‘recaudación’. Las personas que laburamos en la calle no estamos exento de esas barbaridades. Como hay gente buena, también otra parte que no es tan buena. Casi siempre es gente adulta, entre 40 y 50 años. En Neuquén la gente ya me conoce y los que tuvieron inquietud se acercaron a brindarme lo mejor y hasta me preguntaron en qué podían ayudarme o si necesitaba algo”.
“Hace dos años que voy a Neuquén todos los días. Un amigo me recomendó que vaya por la cantidad de gente que se mueve. El primer semáforo en el que trabaje fue en Avenida Olascoaga y ruta. Justo en donde está la escuela (EPET 8) y El Hormiga, que es un canillita que está siempre desde hace años, me dijo: ‘Amigo, te va a ir re bien’, desde el primer momento. Al principio iba intercalando lugares: Cipolletti, Villa Regina, Centenario, Plaza Huincul. Iba recorriendo porque había que conseguir la moneda”, reveló.
En el caso del área centro, el panadero optó por dejarlo al margen, ya que no le gusta el clima laboral que hay en esa zona: “Los limpiavidrios copan casi todos los semáforos y la gente no responde de la misma manera como en determinados lugares. Por ejemplo, en la esquina del Hotel Comahue, no se hace mucho (dinero) por esta cuestión de los limpiavidrios que a veces se las ‘mandan’. Para ahorrarme malos ratos, le esquivo. Al que le gusta la música siempre te tira una mano”.
Su fan número 1
El trombón funciona como un gran atractivo para los niños que van acompañados por sus padres en los vehículos. “Me les acerco y se ponen como locos. En una de las paradas que voy a tocar (Leguizamón y Planas) hay una nena de tres años, que cada vez que escucha el trombón le pide a su mamá que la saque a la vereda para ponerse a bailar”.
La recaudación de Fabián varía, aunque promedia entre 20 y 30 mil pesos por día. “Se mantiene. Es cuestión de no aflojar así hagan 40 grados o caiga lluvia. Le dedicó entre 9 y 10 horas al trabajo. Y me las arreglo entre mate, galletitas o milanesa. Pero mi familia tiene el morfi», contó orgulloso.
Palpando la calle, asegura que le sorprende la “indiferencia” de la gente y los chicos que consumen sustancias. “Lo que he visto es que hay mucha gente que pide o manguea para otros fines como comprar droga. Hay bastantes menores de edad y te causa un shock, golpe de realidad porque lo veo desde el lado de que tengo hijos”.
“Ojalá determinadas actitudes de la gente cambien para bien de todos. Que los limpiavidrios, no todos, dejen de ser tan zarpados y, que la gente deje de ser tan prejuiciosa. El hecho de estar en un semáforo no es que todo lo que recibas (dinero) es para la droga o también el hecho que no significa un laburo. Todos venimos arrastrando historias atrás y por algo llegamos a un mismo lugar. El arte no es delito”, argumentó. /Luis Castillo/lmneuquen.com